Bostoneando...
Amanece pronto una vez más y nos disponemos a partir hacia Boston. Vamos a por nuestro Moustang pero el gerente de Avis, un tal De La Rosa (qué cosas tiene la vida) insiste en que debemos llevarnos el Camaro descapotable. El tío se monta su propia peli comparando los dos coches: abre la capota, los hace rugir pisando el acelerador... Y sentencia con chulería: "No es lo mismo, créanme". Tras negociar el precio la idea nos seduce y descapotados emprendemos nuestro viaje por las calles neoyorkinas.
El camino se hace ameno, pero llegar a Boston en coche no es una buena idea. Pasa por ser el peor sitio en el que he estado nunca a la hora de aparcar un coche. Casi todo reservado para residentes, zonas de pago con límite máximo de 2 horas o parkings con una tarifa de, atención: 9$ por cada media hora! Si te da por estar 5 horas la broma te sale por 90$. Todo un robo.
Finalmente lo dejamos en una zona de límite temporal de 2 horas, y asumimos que tendremos que ir yendo y viniendo a actualizar el pago al cumplir el tiempo, a pesar del contratiempo nos organizamos bastante bien.
Nos bajamos del coche cansados y astiados, queremos encontrar wifi para buscar un restaurante gluten free y no hay manera. De repente Rebeca ve por casualidad el B-Good, una especie de Mcdonald's casero que cría sus propias verduras en el propio techo del restaurante. La verdad es que está todo buenísimo. Ahora sí, ya estamos preparados para patearnos Boston.
Boston es una ciudad de contrastes, preciosa. Tiene su parte pesquera, una parte más autóctona y de legado de los inmigrantes británicos, combina enormes rascacielos con edificios históricos, grandes parques... Se respira una alta calidad de vida, es una gran ciudad que no ha perdido la esencia de pueblo.
Nos acercamos al puerto pesquero, visitamos el Downtown, hacemos parada en la incomparable plaza de los mercados donde los olores, colores y sabores se realzan...
Seguimos por el parque Columbus y llegamos al monumento que rememora el holocausto nazi. Mención a parte merece este lugar. Una roca resume cronológicamente cómo se gesta y desarrolla la 2a guerra mundial y cómo transcurre la barbarie nazi contra los judíos. Justo cuando tu corazón está en un puño, sigues un sendero que atraviesa los campos de concentración nazis con simuladas cámaras de gas de cristal. En el mismo cristal hay escritas frases de familiares o supervivientes del genocidio. Un monumento ligero y fresco visualmente, pero con una carga emocional importantísima.
Seguimos el camino hacia el mítico Boston Garden, el pabellón de los clásicos y afamados Celtics. Está cerrado pero nos permite unas buenas instantáneas.
Regresamos por el City Hall y justo delante hay un concierto al aire libre. Antes de que el grupo comience a tocar hay música de fondo, mientras dos anónimos bailan delante del escenario haciendo las delicias del respetable. Son ritmo puro de raza negra y callejera, de eso no tenemos en Europa.
Seguimos de camino al mítico bar de la serie televisiva Cheers, que nos regala un entrañable viaje al pasado.
En frente está el Church Park, que es a Boston lo que Central Park a NYC o el Golden Gate Park a San Francisco. Es una zona verde de reunión, un lugar social. Campo de beisbol, pistas de tennis, gente haciendo running, encuentros de mascotas... Y a destacar la representación de una obra de teatro, y bajo el escenario todo el mundo con sus sillas, mantas y picnics para disfrutar del momento.
Volvemos por Chinatown pero sigue sin convencerme. Todo sucio y demasiado diferente a lo que yo estoy acostumbrado.
Damos vueltas por varias calles más y cualquier punto de Boston es un entrañable lugar, creativo, elegante y en el que no te importaría vivir.
Cuando las piernas dicen basta, emprendemos el camino de vuelta a casa, otras 4 horas.
Dejamos el Camaro y anulamos el coche para Washington. El cuerpo nos pide disfrutar de NYC a otro ritmo...
El camino se hace ameno, pero llegar a Boston en coche no es una buena idea. Pasa por ser el peor sitio en el que he estado nunca a la hora de aparcar un coche. Casi todo reservado para residentes, zonas de pago con límite máximo de 2 horas o parkings con una tarifa de, atención: 9$ por cada media hora! Si te da por estar 5 horas la broma te sale por 90$. Todo un robo.
Finalmente lo dejamos en una zona de límite temporal de 2 horas, y asumimos que tendremos que ir yendo y viniendo a actualizar el pago al cumplir el tiempo, a pesar del contratiempo nos organizamos bastante bien.
Nos bajamos del coche cansados y astiados, queremos encontrar wifi para buscar un restaurante gluten free y no hay manera. De repente Rebeca ve por casualidad el B-Good, una especie de Mcdonald's casero que cría sus propias verduras en el propio techo del restaurante. La verdad es que está todo buenísimo. Ahora sí, ya estamos preparados para patearnos Boston.
Boston es una ciudad de contrastes, preciosa. Tiene su parte pesquera, una parte más autóctona y de legado de los inmigrantes británicos, combina enormes rascacielos con edificios históricos, grandes parques... Se respira una alta calidad de vida, es una gran ciudad que no ha perdido la esencia de pueblo.
Nos acercamos al puerto pesquero, visitamos el Downtown, hacemos parada en la incomparable plaza de los mercados donde los olores, colores y sabores se realzan...
Seguimos por el parque Columbus y llegamos al monumento que rememora el holocausto nazi. Mención a parte merece este lugar. Una roca resume cronológicamente cómo se gesta y desarrolla la 2a guerra mundial y cómo transcurre la barbarie nazi contra los judíos. Justo cuando tu corazón está en un puño, sigues un sendero que atraviesa los campos de concentración nazis con simuladas cámaras de gas de cristal. En el mismo cristal hay escritas frases de familiares o supervivientes del genocidio. Un monumento ligero y fresco visualmente, pero con una carga emocional importantísima.
Seguimos el camino hacia el mítico Boston Garden, el pabellón de los clásicos y afamados Celtics. Está cerrado pero nos permite unas buenas instantáneas.
Regresamos por el City Hall y justo delante hay un concierto al aire libre. Antes de que el grupo comience a tocar hay música de fondo, mientras dos anónimos bailan delante del escenario haciendo las delicias del respetable. Son ritmo puro de raza negra y callejera, de eso no tenemos en Europa.
Seguimos de camino al mítico bar de la serie televisiva Cheers, que nos regala un entrañable viaje al pasado.
En frente está el Church Park, que es a Boston lo que Central Park a NYC o el Golden Gate Park a San Francisco. Es una zona verde de reunión, un lugar social. Campo de beisbol, pistas de tennis, gente haciendo running, encuentros de mascotas... Y a destacar la representación de una obra de teatro, y bajo el escenario todo el mundo con sus sillas, mantas y picnics para disfrutar del momento.
Volvemos por Chinatown pero sigue sin convencerme. Todo sucio y demasiado diferente a lo que yo estoy acostumbrado.
Damos vueltas por varias calles más y cualquier punto de Boston es un entrañable lugar, creativo, elegante y en el que no te importaría vivir.
Cuando las piernas dicen basta, emprendemos el camino de vuelta a casa, otras 4 horas.
Dejamos el Camaro y anulamos el coche para Washington. El cuerpo nos pide disfrutar de NYC a otro ritmo...
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